A los 18 años me diagnosticaron endometriosis, una enfermedad misteriosa de la cual se desconocen aún las causas que la originan. Desde entonces, he visitado un sin fin de ginecólogos en búsqueda del mejor tratamiento para esta enfermedad que afecta a una de cada cinco mujeres entre 25 y 44 años de edad en nuestro país.

Mi experiencia en esta travesía no ha sido sencilla. Me he encontrado con personas que buscan imponer su voluntad sobre mi cuerpo, algo que podemos nombrar como violencia ginecobstétrica: una forma de controlar la vida sexual y reproductiva de las mujeres.

Recuerdo que al primer ginecólogo que vi, me dijo en un tono violento que debía quedar embarazada lo más pronto posible porque mi fertilidad estaba amenazada por esta enfermedad. No hubo alternativas, ni me preguntó si eso era lo que quería, “embarázate ahora” fue su receta.

Después hubo otro a quien le conté que tuve relaciones sexuales sin preservativos y se alarmó tanto que le marcó a mi mamá para acusarme, a pesar de que ya era una adulta. Otro ginecólogo tuvo una obsesión durante cuatro años por hacerme una cirugía como tratamiento para la endometriosis“¡Uy, todavía no te embarazas! Si no lo haces ahorita, ya nunca vas a poder hacerlo”, me decía para convencerme.

Hace tres años, me abrí a la posibilidad de congelar mis óvulos (un método para conservarlos hasta que estés lista para embarazarte). Se lo conté a mi ginecólogo en ese momento y me dijo que eso no era de Dios, que él no podía hacerlo porque yo era una mujer soltera y él sólo aceptaba hacerlo con mujeres en matrimonio. ¿Él decidiría por mí? Claro que no.

Sé que mi experiencia no es la única ni la más “grave”. Me he enterado de casos en los que los ginecólogos dicen a las mujeres que su matriz “no sirve para ser madres” o que les imponen anticonceptivos sin dar más información o son juzgadas con estereotipos machistas si no quieren ser madres.

La violencia obstétrica se da en diferentes escalas. Afecta principalmente a las mujeres que están en labor de parto, muchas son maltratadas por el personal médico que las atiende, sobre todo en los servicios públicos, en donde son obligadas a parir en el piso y sin condiciones dignas, lo cual pone sus vidas en riesgo, como han documentado organizaciones como GIRE.

Esta violencia obstétrica no sólo nace de la profunda misoginia del personal médico que está llevando los tratamientos médicos, sino también de la incapacidad de las instituciones públicas y privadas de mejorar sus condiciones, capacitaciones con perspectiva de género para garantizar el derecho humano que tenemos a la salud sexual y reproductiva.

Nadie debería decidir sobre nuestros cuerpos. Somos nosotras las dueñas de nuestra fertilidad, decisiones y salud sexual. Afortunadamente hoy me acompaña una ginecóloga con la que estoy llevando un tratamiento informado, en donde tengo alternativas y me ha dado la confianza de tomar las decisiones que son mejor para mi bienestar sin presiones ni imposiciones, sin embargo, tuvieron que pasar más de diez años para encontrar a alguien que respetara mi cuerpo y mis procesos.