La desigualdad educativa tiene rostro de mujer

abril 8, 2021
Escrito por: Ximena Arguelles

Porque aceptémoslo, las condiciones no son las mismas para todas las personas.

Una de las trincheras más importantes para luchar por la equidad de género es sin duda la educación. En los últimos días he reflexionado en cómo nos educan desde pequeñxs en la escuela, porque todo lo que aprendemos en los primeros años de nuestra vida, moldea las ideas que adoptamos en el futuro. Por eso es que la educación –tanto en las aulas y fuera de ellas– es uno de los pilares más fuertes en la transformación social.

Mucho se ha hablado de incorporar la perspectiva de género en los planes educativos, es decir, de crear herramientas para eliminar los estereotipos de género en los libros de texto, en la capacitación de las y los docentes, en las dinámicas escolares y en las oportunidades que tienen niñas y niños para poder ir a la escuela. Pero la perspectiva de género no debe de ser sólo un check list de la agenda educativa de los gobiernos. Hasta que no rediseñemos los sistemas educativos y la visión que se tiene de lo que realmente significa tener una educación enfocada a eliminar las barreras y desigualdades entre hombres y mujeres, nada va a cambiar.

Empecemos nombrando el problema: la desigualdad educativa tiene rostro de mujer, pues las condiciones no son las mismas para todas las personas. Por ejemplo, del universo de personas analfabetas en todo el mundo (750 millones) casi siete de cada 10 son mujeres. Recordemos que la falta de acceso a la educación agudiza la pobreza y la carencia de oportunidades. En nuestro país la situación no es distinta. Mientras que el grado de escolaridad en hombres mayores de 15 años es de 9.8, el de las mujeres es de 9.6, de acuerdo el Inegi. Esta brecha de género en la educación reduce las oportunidades de insertarse en el mercado laboral y acceder a mejores oportunidades sociales. Además, la misma desigualdad permea en sus hogares. Un informe del Inegi reveló en 2019 que el 5.9% de niñas que realizan labores domésticas entre los 5 y 17 años, lo hace en condiciones peligrosas y horarios prolongados, frente al 4.9% de los niños hombres.

Esta crisis también se agravó por la pandemia del COVID-19, pues debido a la deserción escolar de millones de estudiantes, las niñas fueron quienes se involucraron en las tareas del hogar y al cuidado de otras personas, como ya han alertado varios organismos internacionales como la UNICEF. Es por eso que la lucha contra la desigualdad de género, desde la educación, no sólo se trata de cumplir la cuota en los libros de texto y hablar de nuestra representación en la historia. Es un problema más profundo en el que deberíamos involucrarnos todos y todas. Porque si ignoramos el panorama completo de todas las desigualdades que están dentro del enorme ecosistema que tiene la agenda educativa, vamos a dar sólo pequeños pasos en la transformación.

Estoy convencida de que si no somos parte de la solución, entonces somos el problema. Por eso es que tenemos que reconocer esas propias fallas en nuestros sistemas y ayudar a la transformación de las niñas y niños del futuro. ¿Cómo? Exigiendo presupuestos enfocados a la perspectiva de género, gobiernos comprometidos con el cambio y, sobre todo, dispuestos a hacer frente a la crisis que se nos viene ahora por el rezago que tenemos por la pandemia.

La perspectiva de género no debe ser sólo una agenda para las mujeres, esto implica que se involucren todas las esferas y poderes sociales. Tenemos un gran reto de revertir y hacer frente a las carencias educativas que ya comenzó a desatar esta crisis y no podemos hacerlo sin ponernos los lentes de la equidad de género.

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