El miedo nos ha acompañado siempre. Es un instinto natural, forma parte de nuestro ADN como humanos. Desde nuestros orígenes el miedo ha estado ligado al instinto de supervivencia. De niñas crecimos con miedos casi innatos: a los monstruos, a la oscuridad o los fantasmas. Así como nosotros hemos ido evolucionando a lo largo de los años, nuestros miedos también se han ido transformando.

Es una realidad que el miedo sigue ligado a nuestro instinto de supervivencia. Las mujeres, por ejemplo, tememos por nuestra vida por la violencia feminicida que nos amenaza en todo el mundo. Pero hoy quiero también hablar de otros miedos, aquellos que nos paralizan cada que intentamos hacer algo. Así como los monstruos eran seres que nacían de nuestra imaginación cuando éramos niñas, hoy existen otros monstruos imaginarios que nos pueden paralizar por completo porque nos negamos a reconocerlos y mirarlos de frente.

Diría también que el miedo es parte de nuestra configuración femenina. Por ejemplo, crecimos con miedo a “alzar nuestra voz” o a mostrar nuestras ideas por el qué dirán o porque esas palabras siempre las tenían ellos. Crecimos con miedo a mostrar nuestro cuerpo tal cual es por temor a ser acosadas o señaladas. Ahora somos adultas con miedo a salir “solas” con nuestras amigas porque nuestra vida podría estar en riesgo. Todos estos son miedos reales y racionales.

Sin embargo, existen otros miedos a los que podemos quitarles el poder, pues a veces sólo son monstruos que habitan en nuestra imaginación; por ejemplo, está el miedo de no atreverse a experimentar un nuevo hábito o idea porque no nos creemos capaces de hacerlo; el miedo a fallar, a no permitirnos equivocarnos; el miedo a mostrarnos vulnerables o “débiles”. ¿De dónde vienen esos miedos?

Yo también me he tenido que enfrentar con todo tipo de miedos, pero cuando estoy frente a una situación que me atemorizo primero me pregunto si el miedo es real o es constructo de mi imaginación (aventarme a nadar en aguas abiertas obviamente me va a dar miedo) pero en este punto me planteo si este temor es racional o estoy frente a una excusa para no atreverme a romper con ese miedo.

Después me cuestiono qué hay detrás de este sentimiento. ¿De dónde vino? ¿Es mío o es impuesto? Estar en este punto me permite buscar alternativas de cómo enfrentar este miedo y saber que no puedo dejar que ese miedo, el verdadero monstruo de mil cabezas, nos controle. 

Una cosa es reconocer que existen situaciones que nos ponen en riesgo y sentir un miedo natural, pero muchas otras, el verdadero riesgo somos nosotras mismas, porque no nos permitimos transitar ese miedo, romperlo y controlarlo. ¿Qué cosas has dejado de hacer por miedo? ¿De dónde viene ese miedo?