El próximo 28 de octubre haré un closet sale de algunas de mis prendas favoritas, de la mano de Fortunata, un proyecto liderado por mujeres que fomentan la venta e intercambio de ropa pre loved.  (Les dejo la invitación por si quieren ir).

En los últimos meses me he cuestionado lo que representa la ropa en mi vida y también en la huella ambiental que deja en el planeta. Por eso es que he buscado nuevas alternativas de consumo responsable y solidario. 

La ropa es nuestra carta de presentación ante el mundo, es parte de la manera en cómo nos expresamos ante los demás y nos permite construir nuestra identidad y estilo. Yo soy fan de la moda, sus tendencias y el mundo que la rodea.

Sin embargo, no es un secreto que dentro de la misma industria existen múltiples desigualdades que nos desfavorecen a las mujeres. Un estudio elaborado por el el Consejo de Diseñadores de Moda Americana (CFDA) en 2018, encontró que sólo el 14% de las firmas de moda están representadas por mujeres. Y esta brecha de género no sólo se da en los altos rangos, impacta sobre todo en el eslabón más débil: las trabajadoras de las maquilas. Ellas laboran en condiciones nada dignas y de explotación.

Esta industria está siendo alimentada por el fast fashion, el mecanismo que supuestamente nació para democratizar los precios de la moda y ser accesible para todas y todos. Ahí están marcas como Zara, Bershka, Stradivarius, etc. La realidad oculta es que ni es accesible para toda la población, pues sólo está al alcance de la mitad o quizá menos de la pirámide poblacional, un esquema en donde la base de esta pirámide sigue siendo la más afectada por el sistema que se beneficia de ella.

Lo peor del fast fashion es que no sólo fomenta la desigualdad social, sino que la producción de ropa de esta industria representa el 10% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a nivel global, lo cual equivale a lo mismo que libera la Unión Europea por sí sola, según Greenpeace.

La industria también refuerza los estereotipos sobre los cuerpos de las mujeres, porque sí, el mundo de la moda también nos trastoca la vida íntima y puede repercutir en nuestra autoestima. ¿Cuántas veces no te has sentido mal porque tu talla está mal determinada? ¿Cuántas veces no anhelaste ser una talla cero para caber en ese top? Hace unos días fui a una tienda y me dijeron que sólo habían tallas S y M porque, ante sus ojos, la ropa venía “más amplia”. Pero no era así, se sentía súper justa e incómoda.

La solución no es que desaparezca la industria de la moda, es un monstruo gigante que sigue alimentándose de la cadena de consumo. Sin embargo, creo que debemos apostarle a tener nuevas formas de relacionarnos con la ropa. Mi closet sale busca fomentar la idea de que se pueden abrir nuevos espacios de consumo que sean más amigables con el medio ambiente y la ropa pueda ser reutilizada más veces y no desechable. 

Si quieres compartir conmigo y reflexionar estos temas o simplemente buscas una nueva prenda, te invito a que sigas mis redes para estar pendiente del evento. Una cosa más: una talla no mide tu valor.