Recuerdo que cuando estudié en Barcelona hace nueve años, fue una época súper complicada para mí. Me refugié en la comida y en los excesos y engordé muchísimo. Un día estaba en un bar con unos amigos y un chavo se acercó para preguntarme si había visto la película de Free Willy, cuando contesté que sí y quise saber por qué me lo preguntaba, me dijo: “no te preocupes, mañana que te veas al espejo vas a entender”. 

¿Por qué alguien se sentía con el derecho de comparar mi cuerpo con el de una ballena? Pero esa no fue la primera vez que fui consciente del bullying que podía existir entorno a mi cuerpo. De niña fui gordita y era rechazada por todos. Pero cuando adelgacé en la adolescencia y tenía “buen cuerpo” fui la más popular.

La sociedad en la que crecí reforzó el estereotipo de que el tamaño de mi cuerpo era directamente proporcional a mi valor como persona y crecí con ello. Esto ha hecho que lleve años librando una batalla contra mi peso. Afortunadamente hoy soy consciente que no tengo que ser esclava de la dictadura del cuerpo perfecto ni obsesionarme con ser talla cero.

Aún cuando hoy soy consciente de que mi valor no depende de mi talla, la realidad es que la gordofobia está en todas partes, vivimos en la era del fitness y wellness. A diario nos encontramos con decenas de rutinas en Instagram, comida fitness y un sinfín de contenidos para bajar de peso. Mi propia familia cuestiona mi forma de comer y mi apariencia. Mi papá, por ejemplo, diario me pregunta si ya hice ejercicio y una vez cuando me vio comer papas a la francesa, me dijo que si era la “papa monster”. Sé que no lo hace con el afán de lastimarme, pero él también es víctima de esta cultura y a todos nos cuesta poder desaprender todo eso que nos han dicho por años. 

No digo que bajar de peso y preocuparnos por nuestra salud sea malo. Al contrario, cada una de nosotras decidimos cómo vivir y tratar nuestro cuerpo, pero no dejo de preguntarme si cada que “elijo” hacer una u otra dieta, en realidad lo decido yo o lo está haciendo mi miedo a engordar y a ser juzgada por los demás. Porque la gordofobia también puede estar interiorizada en nosotras.

Estos nueve años han sido de altas y bajas. Vivo en una batalla constante porque he experimentado de cerca esa necesidad de ser parte de un estereotipo de belleza para verme bien, pero al mismo tiempo estoy en un proceso de deconstruir eso, de amar mi cuerpo, porque gracias a él he corrido largos maratones, con él nado varios kilómetros a la semana, cree un negocio y manejo otra empresa. Es mi soporte y motor.

Soy consciente de que debo amar mi cuerpo tal y como es pero también hay días que siento que estoy fallando si no lo hago. Porque ahora, la nueva forma de tortura del wellnes, es decirle a las personas que si no amas tu cuerpo estás mal y estoy en desacuerdo con eso. Aprender a amar tu cuerpo es un camino de mucha paciencia. Es súper difícil borrar las huellas de la gordofobia. Todavía hoy pienso en cómo me hizo sentir el comentario de aquel chavo que me comparó con una ballena y me da coraje.

En mi experiencia te puedo decir que la búsqueda del amor hacia tu cuerpo no es lineal. Que no sólo hay que resetear de nuestra cabeza todo con lo que crecimos, si no enfrentarnos y cuestionar todos los días el mundo fitness en redes sociales o los comentarios de nuestra familia y amigos. 

Por eso es que hay que ser pacientes con nosotras mismas y no juzgarnos, es una lucha constante pero también de mucho aprendizaje y ternura. Hoy le agradezco a mi cuerpo por contenerme en todos mis procesos y a mí por no odiarlo a pesar de que me enseñaron a hacerlo.