¿Has oído hablar sobre la feminización de la pobreza? Se trata de un término que nació en la década de los setenta para evidenciar las repercusiones que genera la pobreza económica, pues afecta más a las mujeres que a los hombres: el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres, de acuerdo con la ONU. 

Algunas investigaciones sostienen que la feminización de la pobreza se entiende como un proceso que hace aumentar la brecha de pobreza entre hombres y mujeres. Se estima que la brecha salarial entre hombres y mujeres, por ejemplo, es del 24%, y al ritmo actual, serán necesarios 170 años para cerrarla, pues hay 700 millones menos de mujeres que hombres con trabajos remunerados, como ha documentado Oxfam Internacional. 

La pobreza económica en las mujeres limita el acceso a sus derechos básicos como la salud, la educación o las oportunidades laborales. La desigualdad laboral es uno de los principales factores que potencian la feminización de la pobreza con salarios más bajos, trabajos no remunerados y mayor tiempo dedicado a los cuidados, los cuales son pocas veces reconocidos y remunerados, de acuerdo con la organización Amnistía Internacional. 

Otro de los problemas es que los sueldos que reciben las mujeres no les permiten salir de la pobreza. En México, por ejemplo, la tasa de participación económica de las mujeres es de 43.8%, frente al 77.5% de los hombres y al menos el 53.2% de las mujeres con empleo no tiene prestaciones sociales, de acuerdo con el Inegi.

Las mujeres no sólo perciben menos salario que los hombres, también trabajan más horas que ellos. ​​Se calcula que a nivel mundial, una mujer joven trabajará cuatro años más que un hombre a lo largo de su vida. Las mujeres dedican 43.2 horas a la semana al trabajo de casa y al cuidado de sus familias, mientras que ellos dedican 15.8 horas.

“La mayor vulnerabilidad de las mujeres a los procesos de empobrecimiento viene determinada por las condiciones adversas en que ellas acceden al mercado de trabajo, su extensa dedicación a tareas no remuneradas, sus déficits de alimentación, educación y atención sanitaria, y su menor dotación de activos económicos, sociales y culturales en comparación con los hombres”, de acuerdo con la economista Clara Murguialday.